Después de tantos meses volví a viajar. Bueno, me había ido de vacaciones a mi hermosa Colombia (sí, es raro
decir que uno va de vacaciones a su casa), pero pues el tiempo y el dinero
invertido me habían impedido continuar con mis aventuras en India. En
esta oportunidad me fui de viaje para la ciudad sagrada de Amritsar.
Como siempre, les contaré mi aventura desde antes de mi
partida. El viernes pasado salí de la oficina una hora antes y me dirigí a la
casa. Tomé una ducha, comí algo y preparé mi maleta. Mi bus salía a las 10.30
p.m. pero decidí dejar mi casa dos horas antes porque mujer prevenida vale por
dos, además que planeaba comprar algo para comer en el camino. Estuvo lloviendo
muy fuerte desde el atardecer, así que cuando salí de casa, la calle estaba
mojada con pequeños charcos. Normal. Cuando quise llegar a la calle principal:
¡Sorpresa! El diluvio. Ni siquiera podía llegar hasta la esquina porque todo
estaba lleno de agua. Los carros pasaban por ese río botando humo, las personas
se quitaban los zapatos, doblaban pantalones y cruzaban la calle desafiando la
corriente. Algunos caminaban por encima de los separadores (algo así como unos
angelitos gigantes), y parecía que fueran ellos los angelitos que iban volando
por encima de los carros.
Al ver esto intenté mantener la calma y pensé: “menos mal
salí con tiempo”. Esperé a que un auto rickshaw pasara, pero los pocos que había
estaban en la calle principal y yo no era capaz de llegar hasta allá, a menos
que quisiera meter mis zapatos y mi ropa en agua de dudosa procedencia. Seguí
esperando. Y esperando. 45 minutos después ya estaba desesperada. Eran las 9.15
p.m., debía estar en la parada del bus a las 10.05 p.m. para finalmente salir a
las 10.20 p.m.
Por fin un carro venía saliendo de la calle en la que vivo.
Era un señor, iba solo, y yo no estaba segura si él hablaba inglés. Sin
embargo, pensando en que perdería mi bus (y la plata de los pasajes), le toqué
en la ventana aprovechándome del tráfico que lo hizo parar, y le pregunté si iba en dirección al metro. Me miró y me hizo señas que me subiera. En el camino pensaba:
me subí a un carro sola con un hombre desconocido, es de noche, los vidrios
están oscuros – y además tenían estos protectores que funcionan como cortinas,
por lo que nadie me podía ver desde afuera. Ya sé que está mal desconfiar de
las personas, pero en India se ven tantos casos que uno nunca sabe qué puede pasar. Observé el espacio a mi alrededor, analicé opciones de salidas, tenía
mi celular a la mano. Ya después me relajé. Con ese tráfico, para dónde y cómo
podría correr ese hombre.
Llegué a la estación del metro, me pegué la carrera del
siglo bajando las escaleras mojadas, había mucha gente, hice la fila para el
filtro de seguridad y luego la fila para pasar la tarjeta. Mi tarjeta no funcionaba. ¿Así
o más de suerte? Tuve que ir a la oficina de Atención al Cliente, me la
arreglaron, y nuevamente la fila de seguridad y la fila de la tarjeta. Llego a
la plataforma del metro, tenía que esperar 8 minutos el metro. ¡Ocho!
Normalmente el tiempo de espera es tres minutos, así que podrán entender mi
frustración. Con tanto correr y tanto estrés, sólo podía pensar en que iba a
perder mi bus y mi estómago empezó a hacer ruidos raros. Le dije que se callara.
A las 10.06 p.m. llegué a la estación de destino. Busqué un
auto rickshaw (moto) para que me llevara a la parada del bus pero no habían,
sólo encontré rickshaws (bicicletas). Me subí en una de esas y le dije al hombre
a dónde quería ir. Él, quien no hablaba inglés, me llevó no al paradero sino al
lugar donde venden los tiquetes de bus. Yo estaba desesperada, mis amigos
seguían llamando, y no podía hacerle entender a él o a los otros dos hombres
que se acercaron, el lugar al que quería ir. Afortunadamente llegó alguien que
hablaba un poco de inglés y le pude explicar. Llegué a las 10.20 p.m. al paradero.
¡Sí! ¡Lo había logrado! Me subí al bus, no antes de desahogarme en español con
mis amigos por las frustraciones de la noche. Finalmente tuve que esperar hasta
las 11.00 p.m. porque como todo en India, impuntuales. Tanto estrés para nada.
Al día siguiente, el estrés y el afán me pasaron factura. Pero eso se los contaré en la segunda parte de esta historia.
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